Vida


No es la primera vez ni la última que voy a escribir sobre la primavera.
Cálidos rayos de sol que atraviesan los cristales de la ventana a primeras horas de la mañana; que acarician la piel suavemente, que nos recuerdan que el frío se va, que se ablandan corazones y que volvemos a la vida, aunque sea poco a poco, paso a paso, con cuidado, como si se nos hubiera olvidado lo que implica. Lo que significa. Como si se nos hubiera olvidado la belleza de los tulipanes o de los paseos por la playa. O de las noches repletas de estrellas que nos vigilan atentamente, cuidando nuestros pasos. Nuestros errores.
Pero la primavera permanece durante los 365 días del año, aguardando el momento de aparecer. De abrazarnos. De velar por nosotros. De amar. 
Y al aflorar es cuando realmente nos destapamos los ojos y vemos el mundo tal y como es, lleno de luz y color. Nos prometemos que el frío no va a volver a inundar nuestros corazones cubiertos de escarcha, que se va derritiendo en escasos momentos por la calidez de la primavera. Nunca más volveremos a sentir el frío del invierno. Quiero que la primavera no me abandone nunca, quiero que se quede conmigo hasta el final. Hasta que no haya retorno. 


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