Ana

Subes las estrechas escaleras de madera. Recorres las vacías habitaciones con paredes recubiertas de papel. Habitaciones oscuras. Habitaciones que no vieron la luz, que no encontraron la esperanza tan anhelada. Habitaciones que nos reflejan la angustia de millones de personas. 

Sueños jóvenes que se quedaron atrapados en ese almacén mientras buscaban un resquicio para escapar y perseguir a la inmensidad del universo; para disfrutar. 

Vidas encarceladas mientras podían sentir la libertad; vidas jóvenes añorando volar.

Recortes de revistas. Fotografías pegadas en la pared. Señales de la realidad. De que todo aquello está allí por una razón. De que no fueron pegadas por gusto, sino por sentirse un poquito más cerca del mundo real, de ese mundo del que se separan por tan solo una triste pared. La pared que distingue entre vida y muerte, entre libertad y encarcelamiento, entre miedos y sueños.

Recorriendo esas habitaciones se da uno cuenta de lo que fue aquella tortura, de lo que una niña de catorce años pudo sentir allí recluida, únicamente deseando volver a sentir los rayos de sol en su piel, las gotas de lluvia en su pelo y la brisa otoñal en el rostro. Querer meterse las manos en los bolsillos para calentarlas los días de nieve mientras corre de vuelta del colegio. Ir a una librería y tirarse horas y horas inspirando el olor de los libros antiguos y elegir el que conlleve una historia más intrigante y emocionante, un libro que te haga vivir una vida completamente diferente a la tuya.

Quiero que el mundo piense en todas aquellas personas, niños, ancianos, jóvenes, que sufrieron lo mismo que Ana, que vivieron el infierno siendo almas inocentes. Quiero que le mundo sienta y la empatía les inunde. Que paremos el terror de nuestros días y evitemos los futuros. Porque todo es posible si unimos nuestras fuerzas y nuestros más profundos deseos. 

Por nosotros. 

Por ellos.