La Petite Robe Noire II

     La chica se despierta sobresaltada en las claras del día. Todo había sido un sueño. La noche del solsticio, la fiesta, el jardín... los ojos. Esos ojos de todos los colores y de ningún color en particular. Esos ojos que la absorbieron por completo durante unas milésimas de segundo de su vida. No sabía nada de su portador; más bien, él no existía. Nada de aquello existía. Aún se preguntaba si esos sueños eran reales o totalmente producto de su imaginación, porque los sentía con tal realismo que le hacían plantearse esa serie de dudas.
     La muchacha de ojos grises no tenía a nadie realmente especial con quien compartir sus sueños. No tenía a nadie de la confianza suficiente para poder contarle todo aquello sin que la mirara con cara extraña, porque ella sentía los sueños, sentía los pensamientos de la gente, el viento en su cara y la humedad nocturna. No había nada que le hiciera olvidar las estrellas de aquella noche, los deseos pedidos a aquellas flechas de luz, su vestido negro, su antifaz... Recordaba cada cara de cara asistente mirándola perplejos, como si hubieran visto un ángel, un espectro de luz. Pero nadie la comprendía. Cada vez que despertaba sentía como si acabara de terminar un gran libro, un libro de esos que te deja muy buen sabor de boca pero con necesidad de más.
     Necesitaba urgentemente volver a soñar, aunque para soñar, antes hay que vivir. Se levanta de la cama rápidamente y se viste con ropa cómoda. Va a aclararse las ideas; como casi todas las mañanas; nadie por ahora salvo ella puede ayudarla, sólo necesita pensar. De lo que no se da cuenta es del vestido que hay colgado al fondo del armario, junto con unos zapatos de charol y una máscara de carnaval, esperando a volver a ser utilizados... quizá en algunos de sus sueños a la deriva, lejos de aquel mundo banal que la acoge entre sus brazos.

Comentarios

Entradas populares