Rutinas

    7:30 AM. Suena el despertador. Lo apaga de un manotazo. Se gira en la cama y continua durmiendo. "Sólo unos minutos más... Sólo un poco...", murmura. Tras su momento de gloria, que no se hace para nada largo, se levanta con resignación; el trabajo le espera. Segundo momento de gloria: un café bien cargado para separarle del egoísta Morfeo, que solo lo quiere para él; sentado en la isleta de su cocina, mira a través de los grandes ventanales de su apartamento en pleno centro de Nueva York, a través de los cuales puede contemplar a la perfección el resto de edificios de la ciudad. Siempre le han gustado las alturas.
       Llegó a la ciudad de los rascacielos sabiendo que era una ciudad fría, que no iban a arroparlo allá por donde fuera, pero, con el paso de los años, fue encontrando lugares acogedores para tardes de invierno en las que no tuviera donde arroparse. Aprendió a buscarse la vida. 
      Corriendo por las calles abarrotadas, con la cartera al hombro, y con la bufanda al cuello, también estaba advertido del movimiento de gente matutino. Pero le gustaba. Se sentía perdido, pero le gustaba. Allí nadie podía decirle nada. Era una gota insignificante en mitad de un océano; las demás gotas tenían cosas mejores que hacer que fijarse en ella. Podía ser él mismo. Sin embargo, aquel día era diferente. No era la primera vez que se dedicaba a pensar más de la cuenta en el metro, de camino al trabajo, y se sintió solo por primera vez en varios años. Tenía contacto con su familia y amigos, pero ninguno estaban allí con él. Se quedaba en un mero contacto y en unas cuantas visitas durante las vacaciones, pero el resto del año estaba afrontaba el peligro de la ciudad por sus propios medios. Se permitió pensar en ello más de lo que otras veces había hecho. No supo por qué. 
       Puntual como era de esperar, se paró en la puerta del teatro donde trabajaba. Su sueño se había cumplido. Debía sentirse completamente feliz, pero, por vez primera, no saboreó esa sensación que tenía cada vez que cruzaba esas puertas. 
       Rutina diaria. Nada sucedió fuera de los límites de la normalidad. Nada fuera de lo común. Todo perfectamente igual. No lo dio todo en aquél ensayo. Esperaba que solo fuera algo pasajero. Ese día, prefirió ir andando a casa. Por cambiar esa rutina tan, irónicamente, maravillosa. Sentía el frío en la cara y se le empañaban las gafas. Caminaba rápido con las manos en los bolsillos de su abrigo color caqui, soñando con una ducha de agua bien caliente y sus cómodas zapatillas. 
       No tardó en llegar a casa. En cuanto abrió la puerta y encendió las luces, un aroma dulce le llegó, haciéndole abrir las aletas de la nariz. Y, de repente, una docena de personas salieron de la nada, gritando y alzando los brazos como locos. Sus familia. Sus amigos. Allí estaban todos. 
       -Sabíamos que te hacía falta-dijo una chica con el pelo castaño y largo mientras se acercaba a él.-También te echamos de menos.
       Él la abrazó con fuerza, enterrando la cara en su cuello mientras reía sin parar. Lo conocían a la perfección para saber que necesitaba tenerlos cerca un poco más. 
       Aquel día de invierno le pareció un poco menos frío de lo normal. Aquel día de invierno rompió su dichosa rutina.
       

Comentarios

  1. A veces romper las rutinas es bueno, porque te traen alegrías.
    Un buen post!
    Besos!

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    1. Pienso exactamente lo mismo. Muchas gracias por leerme!

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  2. Deberías escribir mas pianista, aunque este lo lea un poco tarde me ha llegado, como todo lo que escribes. No desperdicies tu talento

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    1. Dicen que lo bueno tarda en llegar... ;) Gracias por seguir leyéndome; no lo haré.

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