Un canto en la noche


Miraba el cielo, la luna... y las estrellas. Miles de constelaciones se alzaban sobre su cabeza. Siempre había dicho que las estrellas le decían algo, algo especial, algo que solo ella entendía. Tumbada en la hamaca de su jardín observaba el cielo estrellado de una noche de verano. Una noche de verano en la que miles de estrellas conversaban entre sí, contándose secretos que solo ellas sabían... esa noche podían sentirse seguras, porque su amada luna las protegía de la más profunda oscuridad. El suave susurro del viento contra las hojas de los árboles hizo callar a las pequeñas y lejanas estrellas. La participación del viento y del movimiento de las hojas hizo que el diálogo entre las estrellas pareciera una suave canción de cuna. Para ella, las estrellas le contaban todo lo bueno y el susurro de las hojas ponía su suave música. Ahora se les unió el murmullo de las olas del mar, antes ignoradas ¿cómo ignorar tal dulce sonido? Desde luego, en ese momento sí que parecía una verdadera canción: el murmullo cercano del mar, el susurro de las hojas de lo árboles, el balanceo de su hamaca debido al fresco aire, ese mismo aire que enfriaba su rostro de tan agradable forma y el muy lejano diálogo entre las estrellas. Estaba a punto de que el sueño la adentrase en sus dominios cuando un último canto llegó a sus oídos:


"Buenas noches, nuestra pequeña dama..." 



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